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Artrosis. Concepto
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Clínica

CLÍNICA

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Artrosis de rodilla

La rodilla es la segunda localización de la artrosis, por orden de frecuencia. Predomina en el sexo femenino, suele ser bilateral y está claramente relacionada con la obesidad y la presencia de artrosis en otras localizaciones. Su alta prevalencia le confiere una especial importancia, por su capacidad para interferir con la deambulación y el desplazamiento, funciones que se consideran básicas para el mantenimiento de la autonomía de las personas. Puede afectar a cualquiera de los tres compartimentos de la rodilla -femorotibial interno, femorotibial externo y femoropatelar- en cualquier combinación, si bien existe predilección por el femorotibial interno, el femoropatelar o la combinación de ambos (Fig. 1). La afectación tricompartimental se ha relacionado con la enfermedad por depósito de cristales de pirofosfato cálcico.
El dolor es el síntoma principal. Aparece al empezar a andar, al subir y bajar escaleras o al agacharse. Mejora durante el reposo y al permanecer en posición yacente o sedente. Casi de forma invariable, se acompaña de rigidez tras el reposo; los enfermos refieren que la articulación tiene que "calentarse" antes de poder moverse con facilidad. La deambulación y la bipedestación prolongadas pueden desencadenar el dolor o hacerlo más intenso. Si la enfermedad progresa, el dolor puede hacerse persistente y mantenerse durante el reposo nocturno, haciendo difícil conciliar el sueño. También son frecuentes los fallos articulares y cierta sensación de inseguridad, que suele asociarse a pérdida de masa muscular y disminución de la movilidad, de lo que muchas veces el enfermo no es consciente.
Entre los signos físicos, cabe destacar la aparición de dolor al presionarse la interlínea articular, mayor sobre el compartimento afecto, y al flexionarse y extenderse la rodilla, sobre todo al alcanzar los ángulos extremos. Pueden palparse la característica crepitación femoropatelar o crujidos articulares, de distinto origen y más difícil interpretación. En ocasiones, la rodilla puede estar algo caliente. Con cierta experiencia se puede detectar la presencia de un pequeño derrame (signo de la oleada), aunque éste a veces es evidente (rodilla tumefacta, a tensión). Sin embargo, mediante un mecanismo valvular, el derrame también puede acumularse en el interior de un quiste, habitualmente en el hueco poplíteo (quiste de Baker) (Fig. 5); en estos casos, puede pasar desapercibido cuando sólo se examina la cara anterior de la rodilla. La rotura de uno de estos quistes poplíteos produce una inflamación de la pierna que, con gran facilidad, puede confundirse con una tromboflebitis. Por último, la simple observación puede poner de manifiesto desviaciones de los ejes anatómicos: genu varum (rodillas en paréntesis), genu valgum (rodillas en X) y diferentes grados de genu flexum  (Fig. 2)(Fig. 3). Estos hallazgos suelen observarse en las fases más avanzadas de la enfermedad, en las que también pueden detectarse signos de inestabilidad articular secundarios a la afectación de ligamentos (Fig. 4). El Colegio Americano de Reumatología también publicó criterios para clasificar la artrosis de rodilla (Tabla 2).




Al principio, la enfermedad cursa con episodios más o menos prolongados de dolor, separados entre sí por periodos intercríticos relativamente asintomáticos. Con el tiempo, estos se van acortando a medida que la enfermedad avanza, llegándose a una fase de dolor persitente que puede verse agravada por periodos de exacerbación. Esta evolución es muy variable y las personas con antecedentes de intervención de menisco, mayor índice de masa corporal o derrame articular parecen tener peor pronóstico. Muchas veces, la artrosis de rodilla no evoluciona a peor, pudiendo incluso mejorar. El pronóstico está más en función del grado y la persistencia del dolor y la discapacidad que del nivel de afectación radiológica. No debe establecerse el pronóstico sólo en base a las radiografías. Muchas de las personas que tienen algún tipo de lesión estructural, incluso con alteraciones radiológicas muy avanzadas, evolucionan sin dolor apenas (Fig. 6). Así, la evaluación global del enfermo, incluida la morbilidad asociada, será la clave que permita establecer la mejor conducta en cada caso.

 

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